jueves, 9 de mayo de 2013

Alba

La agarró al vuelo y la estrujó en su mano, terminó de sorber el café que rezongaba en el fondo del vaso. Aquella mañana hacía verdadero frío, ni la bufanda, ni el gorro, ni el jersey de lana impedían que le lloraran los ojos por la helada que estaba soportando. Pero ni se planteó moverse de ahí, estaba en aquel banco a aquellas horas de la madrugada por una razón. Con los guantes puestos se encendió un cigarro y dejó que el calor tóxico invadiera su pecho. Nadie paseaba a aquellas horas, nadie hablaba a aquellas horas, nadie daba señales de vida aquella mañana. Miró el reloj para percatarse de que su cita estaba a punto de llegar. Como siempre era él el que llegaba antes, como en muchas relaciones, como en muchas películas, como en muchas mentiras. No sentía ni un ápice de sueño, el café cumplia su función, aun así cerró los ojos, esperaba ser capaz de saber cuándo su pareja se asomaría. Pensaba, pensaba en todos los días que llevaban viéndose. ¿Cuánto llevaban durando? Ya había perdido la cuenta del tiempo. Lo suyo no era normal, ni típico, ni siquiera corriente. Era distinto, él era corriente, ella era típica, él está a veces, ella está siempre... No sabía explicarlo, para él siempre había sido así, nunca tuvo que compartirla, todo el mundo la tenía tan al alcance que le quitaba importancia y le restaba "calidad", sí, eso, "calidad" es la palabra.
Aun con los ojos cerrados lo notó, ese calorcillo que le subía por las piernas hasta exponerse como una pequeña luz en sus cerrados párpados. Él lo sabía, ella lo sabía. Ahí estaban los dos, tan cerca y a la vez tan lejos. Él sonrió y dejó caer una lágrima, aun con los ojos cerrados susurró:"Buenos días Alba, mi amor."
Dejó caer la hoja de sus manos.
Había amanecido en Madrid.