domingo, 26 de agosto de 2012

"A destiempo"

Contar en un reloj de arena los pedazos de tiempo que caen de arriba abajo, esos momentos en los que cierras los ojos y deseas el milagro de parar el tiempo, aunque al hacer eso lo pierdas. 
Querer no morir nunca y aún así preguntarse el cómo lo harás, y el cuándo. La vida no es una cacería en la cual el que sobrevive más tiempo es aquel que no se ha dejado matar, la vida no se mide en horas o minutos, se mide en momentos. En esos momentos que se quedan en la memoria, en esos momentos que no sabes que hacer, en esos momentos que quieres estallar, en esos momentos que quieres repetir. 
El disfrutar como niños que solo volverá a través de un recuerdo difuminado por las carcajadas de tu mejor amigo. El tiempo que pasas observando la vida siempre va ha ser proporcional a tu estado de ánimo, cuanto más aturullada tu cabeza mayor percepcion del momento. Pero si estás enamorado al lado de la persona amada se te hace de noche por la mañana. A la conclusión que quiero llegar es que el tiempo no existe, ¿Quien opina lo contrario?
 Que me conteste a una pregunta: ¿Cuánto dura el ahora?.

Luisja Naya

CIEN

Cien
Hay cinco pulseras viejas y un collar arrancado en la mesilla. Me ha dicho que se las quita por que le cortan un poco la circulación y no descansa bien. Yo, sin embargo, llevo encima todos los collares que he ido recolectando en estos años; Las pulseras de trapo que tantas promesas recordaban y las rastas que me hice el año pasado. Se está dando la vuelta en la cama, dejando su rostro pegado al mío. Tiene los párpados cerrados y un mechón de su pelo rubio trenzado le cae recorriendo la frente. Su labio superior descansa sobre el inferior marcando una mueca de media sonrisa. Preciosa. Angelical. Real.
Con la mano temblorosa le aparto el pelo de la cara, voy bajando por su mejilla y llego al cuello, la atraigo un poco hacia mi y la beso. Al notar el contacto abre un ojo y la mueca pasa a ser de sonrisa completa. Vuelve a cerralos y es ella la que me besa a mi. Con pasión, con ternura, con placer y con cabeza. Yo, mientras tanto, voy bajando por sus caderas. Ella desciende por mi cuello. Damos una vuelta improvisada y acabamos uno encima del otro. Juntamos los rostros. Aun en la oscuridad puedo ver sus ojos azules y sus pecas exóticas. Se coloca un poco y empieza a besarme. Entre el movimiento de nuestros cuerpos vamos soltando suspiros ahogados, entrecortados y placenteros. De repente se estira hacia atrás, empujando mis hombros contra la cama. Mira hacia arriba y suelta un largo suspiro. Después me besa y me aferra a ella. Empieza a cantarme una canción al oído y, cuando va a llegar al estribillo suena el despertador. Hoy es la hora cien.
Alejandro Pérez Marcos

sábado, 11 de agosto de 2012

Ámame, pero despacio.

-Toma, un cigarro
+No. No fumo gracias.
-Venga que tu mamá no está mirando.
+No me gusta. Y que tu fumes tampoco me gusta.
-Solo un tiro, hazme caso.
+mm Vale..
-Sientes como pica en la garganta?
+(tosiendo) Si, no me gusta.
-Pues es lo que siento en el corazón cuando nos despedimos.
+ Si..?
-Espera, notas la ganas de darle otro tiro?
-Un poco..
-Pues es lo que noto yo al terminar un beso.
+Pero..
-Te hueles la mano? Echa para atrás verdad?
-Arggg
-Pues es lo que pienso yo cuando te veo cambiar tan derrepente. No me gusta y me hace daño.
-...
-Ahora dale otra calada. Trágate el humo y suéltalo por la nariz. Placer verdad?
-Mm si.. Pero..
-Pues eso! Eso es lo que siento al verte.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Ciao Bella: Capítulo 3



El agua que bañaba mis piernas dejaba de ser cristalina. La arena empezaba a volar con el impulso de mis pies. Dos chicos corrían a lo lejos. Tenían pinta de ser novios. Ella, pelo largo y estatura media. Él. Alguien normal. La distancia no me permitía especificar mas. Corrían uno detrás del otro, se revolcaban en la arena, se metían en el mar, se secaban con abrazos y entraban en calor con besos. Y yo aqui... Solo.
Entre el ir y venir de las olas fuí escribiendo un "te quiero" que se borraba cada segundo. Era inútil. Lancé el palo al agua con fuerza y me tumbé sobre aquella arena mojada. La ropa se iba calando desde los vaqueros remangados hasta 
la camisa desabrochada. El agua iba cubriendo mas y mas, en cada ola, mi cuerpo. Cerré los ojos y empecé a pensar: "15 de enero.. Sus ojos... Unos copos insignificantes que al chocar con el suelo desaparecían nos observaban. Nuestros cuerpos dejándose llevar por el placer y los ganas. Acabamos en el suelo, entre nieve a medio cuajar y agua fría..."

-Ahh

Mi hermano estaba chapoteando cerca mio. El agua salada me llegaba ya a medio torso y la arena estaba cada vez mas mojada. Era de noche.
Me levanté, cogí a mi hermano y nos fuimos al bar en el que habíamos quedado toda la familia para cenar. Pero, antes de ir, dejé marcado en la arena, con piedras y palos, un:
"Recuerda, Te quiero"

Alejandro Pérez

"Hasta otra"


Y es en ese momento de tu vida, cuando al mirarte en el espejo sientes que ya nada será igual, que todo ha cambiado. Los pequeños detalles que antes nos hacían felices, se han esfumado, como todo, como nuestra relación, como mi ilusión. Y yo sigo aquí, esperándote, día a día, esperando que ese teléfono rojo suene, esperando que tu vuelvas a entrar, por esa puerta por la que un día saliste para siempre. Esperando.
Está claro que todo ha cambiado, sobre todo, yo. Ni nada será igual ni lo será nunca si tú no estas aquí a mi lado. Te necesito. Puedes echarme la culpa a mí de todo, decirme que nada hubiera pasado si yo hubiera estado ahí contigo cuando me necesitabas, y sé que ya no sirve de nada pedir perdón por el pasado, por lo que un día hice. Esto es lo último que escribo en esta vida que hoy termina, esta vida que ha servido para aprender de mis errores, pero sobre todo para levantarme siempre. Pero ya no puedo, esta vez no. Lo siento, esa es la palabra que tu tanto estuviste esperando, y que, tal vez por orgullo nunca conseguiste que pronunciara. Pues hoy, y aunque sea en esta carta que he dejado por debajo de tu puerta, te digo que lo siento, lo siento por haber sido tan idiota, por haber dejado escapar a lo que mas he querido en toda mi vida, con todo mi alma. LO SIENTO. Porque nunca es tarde, ¿sabes? Y una última cosa te quiero pedir, no pienses que esto es culpa tuya. Es mi culpa. Solo mía. Todo fue mi culpa. No te olvidaré nunca. Y qué decir de nuestros pequeños Jaime y Lucía, que les voy a echar de menos, que siempre cuidaré de ellos desde arriba y que les quiero mas que a mi vida, deja que se salgan con la suya de vez en cuando, arrópales y dales un beso todas las noches, te necesitan. Estoy segura de que tú podrás con todo. Hasta siempre mi amor.

Cristina Adán.

El verdugo en el altar de piedra


Estando yo sentado, en tristes reflexiones embebido, unos golpes huecos llegaron a mi oído. Como un caminar de ancianos espectros, los sonidos retumbaban asaltando mi retiro. Aquella noche oscura inundada por una neblina, fue testigo de los extraños acontecimientos sucedidos.

Abrí el portalón en busca del origen de aquel ruido incesante. Otra vez aquel golpeteo. Como una melodía jugando con sus notas en el triste silencio.

Pisadas en la nieve. Crujidos. Un sobresalto. Me caigo asustado. En la inmensidad del bosque las siluetas se mueven. Unos ojos brillantes e inmóviles permanecen quietos, como buscando una presa. Avanzo a lo largo del estrecho camino recubierto por cellisca. En medio de la espesa niebla una piedra gigante se alza. Resulta ser una pieza en la estructura de un monumento todavía más exorbitante.

En ciertos inviernos se contaron historias parecidas. Aquellos golpes incesantes, unos ojos brillantes, siluetas movientes, bosques llenos de entes. Una piedra gigantesca elevada hasta los altares de la cúpula celeste. Espíritus en pena. Vagabundos en espera de almas a las que acoger en su reino sobrenatural. Desconozco el final de la misma.

Al llegar al esperado sitio, una voz grave resonó imponente. Aquella voz sentenciaba en medio del monumento de piedras gigantes. Aquella obra de arte era la veneración a los dioses. Uno lo alcanzaba cuando la parca, con su inamovible guadaña sentenciaba victoriosa.

Mortis falcem in lapide altaris*

*La guadaña sentencia en el altar de piedra

El fin de la locura (Relatos de un desequilibrado)

Replican las campanas, y todavía no me he levantado. Puto madrugar. Las dos lonas que cubren las ventanas parecen hoy mas livianas y translúcidas que nunca. Odio el cantar de los pájaros tras las ventanas, ¡Callaos, joder! ¡Estamos de luto! Ya no existe ni el respeto...
De luto, si... Se ha muerto mi autoestima. ¿Para que levantarse día a día? ¿Que objetivos existen en esta vida? ¿Ser rico? ¿Ser famoso?¿Ser amado? ¿Amar? ...La vida no son dos días no... Pero casi. 
- Señor Granadilla, el desayuno.-tocan a la puerta-.
- No gracias margarita. Hoy no.
- Desea algo mas señor?
- Que te tomes el día libre


No quiero que nadie me moleste hoy. Bajaré a desayunar a la vieja cafetería "la esquina". El café es una mierda, pero va a juego con mis sentimientos. Agrio.


Mi vieja americana de pana y los vaqueros me presionan el cuerpo. Me siento enjaulado. Me empiezo a desnudar y decido entrar en el bar en calzoncillos. ¿Me diran algo? ¡ Me da igual, que les follen!
- Bonita ropa interior -salta alguien al verme en el bar-.

- Hazme una foto, durara mas tiempo. -Le replico-.
- A que se debe estas prendas?
- A la vida. No quiero ataduras, y, los cazoncillos... Siguen puestos por respeto a los peatones. ¡Camarero, un cortado con leche y un chupito de anís!
- ¿Mal día?
- Mala semana.
- ¿Trabajo?
- Si... ¿Qué eres, mi madre?
- No no, lo siento...

Aquel hombre apartó la vista y volvió a concentrarse en su desayuno. Es alto. una nariz aguileña sujeta dos cristales torcidos. Dos zapatos sucios le mantienen pegado al suelo.  Unos tirantes descosidos sujetan aquella especie de pantalones. No es el típico hombre elegante. Bueno, yo tampoco puedo hablar, al fin y al cabo, voy en calzoncillos.


(Ya de nuevo en casa...)


¡El agua esta mas fría que nunca! Margarita se debe de haber olvidado de encender el calentador.
-Margarita! ¡Margarita! Qué tonto soy, le he dado el día libre.Bueno, la vida no me sonríe . Yo no pienso devolverle la sonrisa. Tengo ya 67 años y todo lo que quería vivir lo he vivido. 

Adiós notaría. Adiós Margarita. Adiós mundo...

ALEX PÉREZ MARCOS

Poesía es...

Se derrama una lágrima sobre mi mejilla, no es la primera ni la última de esta noche. En su diminuto tamaño es capaz de albergar todos y cada uno de nuestros besos, abrazos y caricias.

-Vine aquí con la intención de olvidarme de alguien, y ahora haces lo imposible para que sea de tí de quien me tenga que olvidar.

Ahora, con la luna como único escenario, y este bolígrafo como compañero, me arrepiento. Me arrepiento de no haber gritado a los cuatro vientos que le quiero, que le quise desde el día que por primera vez su mirada se cruzo con la mía.

-Pequeña, no cogiste el mensaje, pretendo hacer historia en tu vida para que, al contrario de lo que tu dices, jamás me olvides. Y se equivocan cuando insinúan que la poesía esta muerta, y son sólo palabras. Poesía eran sus manos en mis caderas, su sonrisa en mis labios. Poesía era su boca dejando huella en mi cuello. Poesía eramos nosotros, en conjunto, en perfecta sintonía, deteniendo el tiempo con cada una de nuestras miradas sinceras, sencillas. Y como sus labios ese día susurraron en mi oído, olvidarle sería como pedirle al sol que no permitiera a la luna brillar cada noche.

Como esta noche, que es la única que me proporciona soledad. Esa soledad necesaria para encontrarte a tí mismo cuando estás perdido, en vez de ahogar los recuerdos en la botella de alcohol para luego revivirlos horas más tarde, y que sea peor. Al menos al escribir estas líneas no acabaré con resaca, es suficiente hacerlo con el dolor en el corazón.
Un cachito de mí, 

Almudena.


ALMUDENA DE PEDRO

sábado, 4 de agosto de 2012

Barajas, Madrid


Dos o tres toques en el hombro me despertaron. Otros dos besos me espabilaron, y una caricia me acogió. Habíamos llegado. Todo el mundo estaba de pie, ansioso por ver a su familia o por volver a su viejo colchón. Yo no tenía ganas de bajar del avión. Ojalá estuviésemos dos horas mas allí. Qué dos horas... Dos vidas.

-Perdone, me deja coger la maleta?
-Por supuesto, disculpe.

Era ya de noche y un foco grande indicaba el centro de pista. Mientras la multitud se avalanchaba sobre las puertas de salida, yo seguía abrazándola. Besos, caras de pena
y más besos. Estabamos cerca del final. En media hora aproximadamente perdería sus ojos, sus labios, y aquel pelo que tantos besos nos interrumpió.
Cargados con las maletas fuimos saliendo poco a poco. Las familias sacaban sus pancartas y gritaban nombres. Yo fui hacia la mía... Y, ella... Hacia la suya. Lágrimas, saludos y algún has adelgazado, has crecido, o que mal hueles... etcétera
Y otros tantos: Papá, sigo siendo el mismo.

En cada abrazo familiar su mirada y la mía se cruzaban. Estábamos separados por unos 15 metros, cinco carros de maletas, y otras tres familias mas. Pero, cuando sus ojos cálidos coincidían con los míos tristes viajaba en el tiempo: Aquel césped, aquella playa desierta, aquel beso bajo la lluvia y aquella pradera que nos unió. La iba a echar de menos.
Ella empezó a llorar. Abrazaba a su madre fuerte, pero no dejaba de mirarme. Yo aguanté las lágrimas, sin dejar de mirarla. Su padre fue por el ticket de aparcamiento, y su madre, a la que antes abrazaba, bajó a por el coche. Estaba sola. Fui corriendo a ella. La abracé con fuerza, intentando parar el tiempo.
-Te voy a echar de menos.
-Te quiero
-Cuando abras la maleta esta noche lee el cuaderno naranja. 


Algunas horas antes, en ese cuaderno naranja, estaba mi bolígrafo reflejando cual espejo mi alma. Una carta de amor. De amor. De despedida, de un hasta "siempre". 
La besé en la mejilla con fuerza, olí su pelo por última vez, y miré sus ojos "coca-cola" con cariño.
Esa noche, al llegar a casa, mi almohada albergó mil lágrimas que no se derramaron antes. 

Alejandro Perez

viernes, 3 de agosto de 2012

La diosa de los labios rojos


Avancé a lo largo de la estrecha calle bajo la luz tenue de las farolas. En las calles se profería un sentimiento de soledad y marginalidad. Un grupo de amigos borrachos cantaban el himno de USA junto a una mujer. Parecían venir de alguna compañía de marines recién llegada. Aquella noche la habrían aprovechado al máximo, para afrontar lo que les deparaba la guerra en aquel país alejado de la mano de Dios.

La contaminación lumínica impedía observar a las estrellas brillar en aquel celeste y oscuro “Manto de Morfeo”. Al final de aquel callejón pude ver un bar. Estaba iluminado completamente. El barman vestido de marine naval, atendía a las almas que buscaban una camisa de fuerza con la            que ahogar sus sentimientos, el inconfundible elixir amarillo: whisky.

Entré en el tugurio de aspecto formal. Se llamaba Phillies. Me senté en un taburete pegado al final de la barra, para que nadie me hablase. Al otro extremo de ella pude observar a una mujer pelirroja vestida de rojo. Manejaba un vaso de whisky con sus manos de finos dedos, y con la otra rechazaba a un hombre tras otro, a la par que intercalaba caladas a un pitillo largo. Tenía aspecto de femme fatale misteriosa. No podía apartar los ojos de aquellos labios rojos, y de su inconfundible gestualidad relajada. Ella me ofrecía miradas también. A mí, y a mi libreta situada al lado del vaso. Parecía adivinar mi profesión. Escritor y poeta. Frustrado sentimentalmente. Un lobo solitario vagando en este valle de lágrimas.
Pero aquella preciosa mujer se acercó a mi lentamente. Pude apreciar el contoneo de su celestial cuerpo hasta llegar a mi presencia.

- ¿No me va a invitar a una copa? –me preguntaba con una voz suave y melosa-.
- Si piensas que voy a comportarme como los idiotas que han intentado ligarte…-respondí tajantemente-.
- Sé que no. Si no, me hubieses ido a ver a mí.
- ¡Camarero, otra copa!
- Sí míster –decía el camarero atentamente-.
- Me llamo Evelyn.
- Stanley, encantado.
- ¿Con que escritor eh? – me hablaba mientras señalaba con el índice mi libreta-.
- Lo intento.
- ¿No eres muy hablador, no? ¿Tienes un cigarro?
- Puede, pero sé de buena tinta que no vamos a hablar mucho más. Diremos cuatro tonterías, me invitarás a tu casa y haremos el amor. Protocolo, simplemente.

Me soltó una bofetada.

- Se te había olvidado eso.
- No. Había preferido omitirlo para que fuese una sorpresa más agradable. Toma tu cigarro.
- Hiciste bien.

La mujer me dio un largo beso. Le respondí con la misma pasión. Fuimos a mi casa. Hicimos el amor apasionadamente.

En la profundidad de la noche pude apreciar su cuerpo divino iluminado por la luz argenta de la luna.

Saqué la libreta, y comencé a escribir.

Me desperté a la mañana siguiente abrazando su esencia en mi colchón. De pronto, vi que mi cartera había desaparecido misteriosamente. Aquella preciosidad me robó la cartera, y con ella mi corazón.

Todavía esbozo una sonrisa cuando la recuerdo.

Su vestido rojo,
Sus labios carmesí.
Su precioso rostro.
El cuerpo de diosa,
La diosa de los labios rojos.  

Pablo E Keogh

In Memoriam de Marco Simoncelli

La verdad es que aquella mañana amanecí bien. Me sentía en forma. Ningún dolor físico de los entrenamientos. estaba concentrado. Lo iba a hacer bien. Estaba seguro.
Me levanté y desayuné bien, un almuerzo completo y variado. Después me dirigí hacia el garaje y saludé a los miembros del equipo uno por uno. Como de costumbre, me asomé a la ventana, acordándome así del buen tiempo que hacía. Me entretuve más de lo normal hablando con el jefe de equipo, teníamos buena estrategia.

Salí a probar el motor. Di un par de vueltas. Ella marchaba perfectamente y me sentía a gusto con  la misma. Tenía en mente conseguir ésta. Ésta sería la mía: subiría al pódium y la levantaría eufórico, sonriente y empapado en champán, porque lo iba a hacer bien, estaba seguro.
3, 2, 1…
Hice una salida bastante buena, modestia aparte. No me puedo quejar, me situé en el pelotón que lideraba la carrera con Rossi, Elías y los demás.
Completé la primera vuelta sin noticias. La moto no me daba problemas, pero en la segunda vuelta, al tomar la segunda curva, la moto resbaló, no sé que pudo fallar, todo iba bien. No pensaba dejar ahí la carrera, intenté enderezar la moto, y en ese intento perdí el equilibrio, resbalé y caí al suelo. Me di cuenta de que iba a terminar mal en ese mismo instante. Cuando vi como Tony Elías me adelantaba por la izquierda y pasaba casi rozándome, me giré y sentí un dolor tremendo en el pecho, seguido de otro golpe un poco más arriba, no supe quien había sido, pero me di cuenta de que ya no llevaba el casco.
Fue en ese momento en el que vi a mi amigo y compañero Valentino acercarse volando cuando empecé a pensar, ¿ya está? ¿Esto es todo? ¿Aquí se acaba?
Un golpe seco, precedido de un grito de terror que nadie oyó puso fin a mis pensamientos, creo que todavía me duele un poco el cuello… Pero hazme un favor. Tú, que estás leyendo esto dile a mi familia que no llore, que no me dolió nada, que no sufran que yo estoy bien, he llegado bien y me han acogido con mucho cariño, esta es también mi familia ahora. Diles también que lo echaré de menos pero que no se preocupen. Cuando vengan me ocuparé de recibirlos yo mismo. Gracias amigo.

Mario Simoncelli, D.E.P. 24-X-2011
"Francisco Luque"