martes, 31 de julio de 2012

Ahora, antes y siempre (1)

Ahora, antes y siempre.
Siempre la tengo en mente,
Una frase, una palabra, una obsesión,

Es como aire limpio que entra en mi pulmó
n

Destrozado por el tiempo y los cigarros,
Es una verdad pura que hace verlo todo claro

Todo claro al ver su mirada

Sus dos ojos apoyados en la almohada

Oir su voz, tocar sus palabras

Que te cambio la vida por un beso, que sin besos, 

La vida no es nada.

Esos dos dedos que recorriendo mi nuca han echo estragos en las lineas de mi ment
e, 

Me han alejado de toda cordura,
Y me la ha sudado lo que decia la gente.

Gente que dice, gente que habla,
Cuando entre nosotros sobran palabras

Un sentimento nuestro, una emocion, no es para que comente toda la creación.

Que nuestro amor es obsesión
Una ilusión:
Sentir tu respiración,
Siempre muy cerca mío.

Sin alejarnos hoy los dos.

Lo nuestro no atiende a razones,

No existe explicación,
Ni lógica ni razón,
de la sin razón de que es tuyo mi corazón.

Canta ríe, vuela y... Sé feliz.


Los besos de su boca saben mejor. 
Son besos.
Besos de esos que te hacen perder la cabeza.
El orgullo. 

Las razones de olvidarte.
¿Quién no quisiera quererte en todas partes?

Verte a cada segundo, no separar los cuerpos.
La boca, los mordiscos, los susurros y el aliento.
Que con solo una mirada pierdo el norte y vuelo.
Dame de beber de esa fuente encantada,
Que si no, 

No hago nada
Que sin ti:

Me siento lana,
Mono que cuelga sin motivo de una rama,
Ojos perdidos en el Horizonte de Ghana.
¡Acaba!
Dime que tus labios me los voy a poder quedar.
Que esa sonrisa conmigo me la voy a llevar,
Dime que me quieres de mentira,
A todas horas, todos los segundos y todos los días.


Fran Luque y Alejandro Pérez


viernes, 27 de julio de 2012

Marcadores de vidas

Si dijera que era una tarde como otra cualquiera, mentiría. A las cuatro me dirijía en metro a la estación, desde la cual caminaria al punto de encuentro. Ese recorrido me llevó media hora de reloj, y llegué justo a tiempo, pero ella, como lo bueno, se hizo esperar. Llegó quince minutos tarde alegando un atasco inoportuno al cual no le di importancia. Todas las contrariedades dejaban de tener lógica y peso por el hecho de estar con ella.
   Tras los dos besos de protocolo, decidimos dar un paseo por la playa que tenía el único fin de hablar sin molestias. Preguntas de rutina necesarias; qué tal la familia, los amigos, y demás chorradas, para pasar más adelante a temas de conversación con más jugo. Dos horas y media más llevaron al enmudecimiento por falta de temas de diálogo. Así que decidí dar el paso por el cual había venido hasta aqui y que había premeditado anteriormente. Conversación torpe y vergonzosa, con tartamudeos y sin risas, para dejar como resultado un incomodo instante de silencio. Su respuesta, afirmativa. Mi conciencia, eufórica. Ambos, felices.
   Tras eso solo quedaba saborear la mutua victoria sentados en la arena. Esperando el tiempo de volar a nuestros respectivos nidos. Pero mi musa no me advirtió del resto. Con el anochecer y dormitar del sol en la playa, y con más ganas que vergüenza me besó. Un único beso por el cual me enfrentaria a trescientos espartanos y viajaria al infierno desarmado, un beso que podía iniciar una guerra o acabarla. Cuando los últimos rayos de sol se despidieron nos levantamos, y de la mano deshicimos el camino anteriormente recorrido, para llegar a nuestras respectivas casas y contarle a nuestros diarios una página que nunca debería ser arrancada.


Luisja Naya

Combatir la Tragedia (Capítulo 3-Cumplir un deseo)

Me levanté de la cama. En el cielo se cernían las nubes en un completo panorama encapotado, en medio del mismo, dos manchas azules celestes trataban de abrirse paso para dar lugar a la luz. En el fondo de mí sabía que aquello no era buena señal. Unos días antes del terremoto, el poblado se vio sumido en una lluvia incesante, como si el universo hubiese vaticinado una desgracia.
Mi casa tenía unas paredes de color gris debido al cemento en piedra.  Siempre había deseado pintar todas las paredes para que dejasen de lucirse tan tristemente. Mi color favorito era el amarillo, como el sol. No desayuné porque estaba nervioso, iba a empezar a trabajar con los voluntarios.

Mientras andaba por los caminos podía observar a la gente atareada. Unas mujeres tendían la ropa en sus largas cuerdas, otras lavaban. Unos hombres se reunían, parecían estar discutiendo sobre los extranjeros que llegaron. Supuse que hablaban sobre los nepalíes. Hacía tiempo que no veía ninguno.

Empezó a llover. Los caminos de tierra cada vez tenían más charcos. Mis zapatos rotos pisaban el barro. Me encanta el chasquido que produce la suela contra la tierra mojada.

Al llegar a Puerto Príncipe, oí gritos

-¡Tú, Tú! -gritaba una mujer enérgicamente mientras me señalaba-.

Era la muchacha que me había dado el trabajo.
- Por cierto, ¿Cómo te llamabas?
- Jaume, ¿Y tú?
- Cristina.
- ¿De dónde es?
- De España. -La muchacha era blanca, pero con cierto aire mediterráneo, una belleza-. Bueno vamos a      empezar a trabajar. ¿Ves a aquella mujer tumbada junto al barreño? Pues llévala a la enfermería, justo donde está ese médico blanco, el de la barba.
- Vale. 

Aquel hombre tenía un rostro bastante característico. Como si de un vividor se tratase. Parecía ser bastante experimentado. Era de ojos puros y limpios.

Cogí a la mujer en brazos y la llevé hasta la enfermería. La dejé en una camilla. El médico vino, ahora que se acercaba más, me dio una sensación de confianza.
- Me envía Cristina -dije-.
- ¿La estás ayudando? 
- Sí.
- ¿Cómo te llamas?
- Jaume.
- Yo soy Joseph. Encantado -dijo dándome la mano-.
Cuando acabé de ayudarle, me dirigí hasta Cristina, cuando de pronto, unos coches llegaron. La gente comenzaba a agitarse. Pude ver a un grupo de lugareños corriendo a acabar con el coche que llevaba a aquellos soldados vestidos de azul y negro. Comenzó la revuelta.
Comenzaron a sonar disparos al aire y los soldados tiraron gases lacrimógenos. Cuando el grupo de haitianos volcaron el coche comenzaron los disparos. Los llantos eran patentes en aquel panorama desolador. Las mujeres intentaban curar a sus hijos que se ahogaban en aquel mar de gas lacrimógeno. Un disparo alcanzó la pierna de una mujer. El grupo revolucionario saltó con palos a por ellos. Yo estaba ensimismado en medio de aquel motín cuando de pronto, una niña me cogió de la mano y me llevó detrás de una pared para escondernos de aquello. Estábamos ella y yo sentados. Nos miramos. Pude observar aquellos ojos grises que me habían salvado la vida. Tenía un precioso rostro. Una chica haitiana de increíble belleza. Nos miramos fijamente. Acerqué mis labios a su cuello, la fui besando tímidamente. Ella hizo lo mismo. Me besó en un ojo, en la mejilla, en la comisura del labio. Por último un beso que quedó reducido a un único deseo. La lluvia, los charcos, los gritos, disparos. Siempre hay lugar para el amor. Acariciaba su lacio pelo. 
En aquel tres de marzo del 2010, lejos de Puerto Príncipe; En Austin, Texas, un hombre está comiendo lo que probablemente será su última comida antes de ir a la silla eléctrica. En Ontario, Canadá, un niño y un anciano pescan en un río la mayor pieza de su vida. En Londres, Inglaterra, una mujer mira fijamente al hombre del que está enamorado, una mirada, como un eco repitiendo sin palabras. En Barcelona, España, dos tumbas, marido y mujer, otra vez juntos. En París, Francia, una niña acaba de nacer fruto del amor entre dos personas, Albert y Camille. Una hija preciosa. 
En una playa en el caribe cuatro pisadas que parecen seguir de la mano, son borradas por el mar azul.

"Y en la ingravidez del fondo donde se cumplen los sueños se juntan dos voluntades para cumplir un deseo"

Pablo Esteban Keogh

jueves, 26 de julio de 2012

Manchas de Tinta

Queridos amigos,
Esto no es mas que un puñado de tinta aparentemente absurdo. El motivo de este derroche innecesario de mi tiempo; evitar el tuyo.

Tú que vives en blanco y negro que no tienes mas meta que el aparentar.
Tú que regalas tu alma al primero que pasa.
Tú que dejas que un par de personas piensen por tí.

Me gustaria enseñarte que detras de este telón hay un camino. Es probable que al principio lo encuentres aburrido y solitario.
Que vayas a contracorriente y las voces de tu pasado te hagan tropezarte tantas veces que ya no puedas ni levantarte.
Pero entonces yo estare alli junto con muchos mas para ayudarte, para enseñarte que ahí se encuentra la verdadera felicidad. No tienes mas que abrir los ojos.
    Denada,
           Tu corazón


Miguel Tejada

miércoles, 25 de julio de 2012

Querer más al mar que a sus olas

Todo claro al ver su mirada.
Sus dos ojos apoyados en la almohada.
Oír su voz. Tocar sus palabras.

Que te cambio la vida por un beso, que, sin besos, la vida no es nada.
Esos dos dedos que recorriendo mi nuca han echo estragos en las lineas de mi mente, me han alejado de toda cordura, y no me he asustado de lo que decía la gente. De los te quiero fugitivos y de los besos expresivos. De los paseos por la calle y de las vistas a la playa. De todo lo que te he querido en este tiempo. Porque la vida sin ti... 

No es nada.

Alejandro Pérez Marcos

lunes, 23 de julio de 2012

Te quiero, de mentira

Mar. Dos de la tarde. Ella, arena y yo. Mi mano encima de la suya y nuestras caras a un palmo.
- ¿No llueve sabes?
- ¿Y?
- Pues quítate la capucha.
- Y tú las gafas.
- Pero si sol si hace...
- Pero prefiero ver tus ojos.
Nuestras bocas se iban acercando. Su aliento y el mío pasaron a ser solo uno y los labios se fundían bajo el calor de los besos. Mi mano recorría su nuca y la suya mi costado. El ruido de las olas eran la perfecta banda sonora.
- ¿Y si nos ve alguien?
- Que nos haga una foto, que nunca quiero olvidar este momento.
- Te quiero
- ¿De verdad?
- No, de mentira.

Otro beso. Este mas largo y mas apasionado. Sus párpados estaban cerrados. Los mios se abrian de vez en cuando para mirar su cara.

- Venga vamos que nos vamos a perder.
- Tranquila, me conozco este pueblo.
- A que nos perdemos, ¿Que te apuestas?
- Un beso.
- Eso no vale, por que no pierdes nada.
- Entonces me apuesto dos.

La calle parecía no tener fin, y estaba empezando a llover. Le pase el brazo por encima y pregunté:
- Alguna vez te han besado bajo la lluvia?
- No...
No la dejé terminar. Mis brazos rodeaban sus caderas y mis labios sus labios. Eramos solo uno. Un par de ancianas no nos quitaban ojo. No se si bajo sus miradas se escondía un sentimiento de desprecio por la juventud, o de añoranza de ella. Tampoco me importaba mucho.
Tenía cosas mas importantes a las que estar atento. 


Alejandro Perez Marcos.

sábado, 21 de julio de 2012

Un Amanecer hermoso

Tras aquella conversación odiosa en la que descubrimos el lado malo de cada uno, comenzaron los llantos. En la discusión hubo gritos y reprimendas varias de las que ahora me arrepiento. Eva apoyaba su cabeza en sus manos, mientras se limpiaba las lágrimas. Sus largos mechones de pelo tapaban lo que siempre me había parecido un precioso rostro.
 - Estoy harta de tus celos. ¡Nunca me dejas salir de casa! -me decía airada-.
 - Si no te vistieses como lo haces, y bebieses menos, no tendría tantos celos. ¡No te puedo dejar sola en casa! Dos minutos fuera y ya estás bebiendo -la respondí apáticamente-.
- ¿Cómo sé que tu no me engañas cuando no estas en casa? Siempre llegas tarde.
 - Porque yo no bebo como tú. Cuando pruebas una copa te dedicas a bailar con otros, y al final te tengo que llevar a casa a rastras.
 - Bailo con otros porque eres aburridísimo. Y no haces más que quejarte.  Estoy harta de esta relación, todo el día estancados, sin hacer nada, no voy al cine, y nunca me cuentas nada de lo que haces.
- Porque tengo trabajo. Si estás harta, quizás deberíamos plantearnos seguir juntos.
- Puede que acabar con todo sea la solución.
 - ¡¿Eso es lo que quieres?!
- Quizás. Dímelo tú.
 Allí estábamos. Sentados en una mesa del bar enfrente del lugar que había albergado tantas alegrías. Eva llorando nerviosa, y yo pensativo. Decidí irme a otro bar a ahogar mis penas en tragos del licor amarillo que había hecho que nuestra relación llegase a ese punto. A pesar de saber que aquello había provocado nuestro malestar, lo seguí bebiendo. Más tarde acabé descubriendo que no existía ninguna droga capaz de inhibir mis sentimientos.

 Al día siguiente me levanté de aquel sofá rojo en el que había dormido. Reflexioné. Me fui a comprar unas flores para disculparme a Eva, a pesar de que la culpa era mutua. Ella me disculpó. Tuvimos unas semanas bastante agradables y románticas. Pero la sombra de los celos, el alcohol y la infidelidad volvió a sucumbir nuestra relación.  Acabamos hartos de tanto enfado. La relación llegó a su fín.

 Era de noche y círculos de estrellas en todo su esplendor rodeaban a la luna en aquella noche azul oscura. No podía parar de lamentarme. Pegué golpes contra las paredes, grité al cielo, maldije a Dios, estaba cabreado con todos. Finalizado el ritual estúpido de enfados y lamentos, me dormí.
 Estuve varias semanas cabreado, hasta que me arrepentí del mismo cabreo, y decidí afrontar la realidad.


 El sol iluminaba la estancia con un esplendor fulguroso. Aparté las sabanas blancas de mi cuerpo desnudo. Me puse el pantalón del pijama, y me dirigí a la cocina. En ella una mujer preciosa preparaba un café y unas tostadas. La habitación entera olía a café y a tostada. Siempre me había gustado ese olor. La bella mujer se dió la vuelta, y pude apreciar sus dulces formas femeninas, un bello rostro, unos ojos color miel, y una larga melena dorada. Me había vuelto a enamorar. Me quedé embelesado mirándola, cuando de pronto:
 - Buenos días, cariño -dijo con una voz algo rasgada pero aguda y suave, como seductora-.
- Buenos días, Marta.

Me dio un beso. La rodeé con mis brazos. Pude oler el aroma a Aloe Vera que profería su pelo. La suerte me había vuelto a sonreír. Agradecía y agradezco a Dios, si es que existe, lo que me había regalado. Entonces supe que con cada adiós aprendes.

 “La noche es más oscura antes del amanecer”

 Pablo Esteban Keogh

viernes, 20 de julio de 2012

Our World. Our Life (Nuestro Mundo, Nuestra Vida)

A veces me gustaría que la vida se basara en mis sueños. Ser feliz y joven eternamente es mi sueño. Que en la vida no hubiera dolor, odio, envidia, ni tristeza. Que las personas se respeten, y que las barreras del cariño sean ilimitadas. Una quimera donado no existieran problemas, donde sentirte capaz de alcanzar todos tus sueños. Tener en ti la confianza depositada por las personas que más te han aportado. un mundo de amor incondicional. Mi mundo.
Pero, ¡Basta! Esta quimera es inalcanzable. Aun pudiendo soñar, y así evadirse, hay que seguir afrontando los problemas.
 Bien pensado, debo decir que este mundo no está tan mal. Si no tuviésemos problemas, no podríamos aprender de esos errores, y regocijarnos de nuestra fortaleza al superar los obstáculos. A tomar decisiones. No se disfrutaría de las buenas acciones y de las pequeñas alegrías que te proporciona la vida diaria. Ser feliz en un mundo de tristeza. A veces puedes encontrar sin sentidos. Cuando choco con ellos vuelvo a reafirmarme.
A vivir la vida al límite pensando en los demás, dejando vivir, y exprimiendo cada minuto de un todo, incluso a los problemas, porque todas las pérdidas son ganancias con el tiempo. Estoy aquí para hacer algo grande, y nadie me lo va a impedir.

 Moni Sanz Gutiérrez

sábado, 14 de julio de 2012

Combatir la Tragedia (Capítulo 2)

Mi hermana también se llama Lovely, como mi madre. Mi madre y ella hacen las tareas de casa. También trabajan tejiendo pañuelos y pareos. Mi hermana Lovely: es una chica morena, como todos nosotros. Tiene pelo marrón, unos ojos color café, y una nariz respingona. Es muy delgaducha. Mi madre y mi hermana se parecen muchísimo. Lovely hija, es una chica resistente y alegre. A pesar de haber visto tanta desgracia, siempre viste una sonrisa de oreja a oreja. Siempre que ve alguien a quien quiere, le da uno de sus estupendos abrazos. Cuando llego cansado a casa, sale mi hermana corriendo a darme un achuchón. En esos momentos de cariño recupero la fe en el sentido de la vida, me alegra el día.

Hace unos días mi madre me dijo que fuese a por agua a Port Au Prince. Al llegar pude ver el estrambótico panorama que asolaba a la ciudad. Miles de médicos se disponían a ayudar a gente enferma, proporcionándoles suero, agua, y demás útiles de medicina. Vi como subían a una niña a una furgoneta. La muchacha se parecía a mi hermana, pero esta estaba mucho más delgada, y algo blanca, parecía algo mareada. A su lado, todos los médicos preparaban su intento de cura. 
En otra parte de Puerto Príncipe, aparecían unos hombres repartiendo agua a la gente. Me dirigí allí. Lanzaban bolsas con el agua, y la gente trataba de atraparlas, una vez atrapadas unas cuantas personas se peleaban por el agua hasta que la bolsa cayó al suelo. Se acabó el repartir el agua por hoy, yo no había conseguido ninguna bolsa, y volvía a mi casa cabizbajo. Cuando de pronto, me vino una mujer blanca con una camiseta azul. Me dijo:
- Hijo, coge esta bolsa de agua, y llévatela a tu casa corriendo. Pero prométeme que mañana vuelves, ahora tienes un trabajo, ayudando a esta gente a cambio de agua y la comida que haya. -La mujer tenía una sonrisa preciosa y una voz agradable y maternal-.
- Vale, muchas gracias. Claro, claro -dije sonriente-.

Regresé a mi casa corriendo. Mi madre estuvo nerviosa esperándome, pero cuando llegué sintió un alivio. Era ya de noche, cuando fui a dormir, le di un beso a mi hermana, y comencé a pensar en aquella muchacha blanca. 

- No me ha dicho su nombre -pensé-.

Pablo Esteban Keogh

viernes, 13 de julio de 2012

Combatir la Tragedia (Capítulo 1)

Hace unos meses que falleció el anciano del poblado. Mi poblado es Arbonite. Antes de dar un último suspiro, el sabio anunció una desgracia:
- La tribu se verá asolada por aguas malignas contaminadas por la llegada de unos hombres de un lugar lejano -el vetusto hombre lo decía con su voz rasgada, en un intento de aviso-.
La tribu se preocupó por unos meses, pero después pasó al olvido. Un mes después se vio que Avril tenía razón. Una persona había muerto por beber agua de un río por el que habían pasado los soldados nepalíes.


- Hijo siento no poder acompañarte a pescar, ya sabes, las aguas del Arbonite no son sanas, tengo que ir a Port Au Prince a por agua limpia. Adiós mon fils.

Cuando tenía cinco años, y toda esta desgracia del terremoto y la cólera no habían llegado, me iba a pescar al río Arbonite. Cargábamos las cañas y los útiles de pesca. Allí íbamos mi padre,Henri, y mi hermano Joseph. Joseph murió dos años después, de neumonía. Desde aquel momento mis padres se habían vuelto más tristes, pero afrontaban todo con una sonrisa en la cara, que no era más que una fachada que impedía la salida de sus sentimientos en forma de lágrimas. Pero alguna noche oía a Henri calmar a Lovely, mi madre. Le decía:
- Seigneur guérit tout, ne vous inquiétez pas, nous avons encore deux enfants -decía mi padre-.
- Que faire si je ressens la même chose? -contestaba mi madre-.
- Ne vous inquiétez pas - replicaba mi padre con voz suave y protectora-.
Al terminar la conversación mi padre se dirigió a mi cuarto y nos arropó, a mí y a mi hermana.

* -El señor lo cura todo, no te preocupes, aún tenemos dos hijos.
* -¿Si les pasa lo mismo?
* -No te preocupes.

Pablo Esteban Keogh


jueves, 12 de julio de 2012

Ante la adversidad, Optimismo

La subida del IVA, la situación de estancamiento, el paro, la corrupción, los bancos y sus inexistentes créditos, los embargos, las manifestaciones violentas (según ellos/as no hay otra manera de llevar una protesta y que sea atendida, de otra forma que no implique agresividad, vandalismo y amenazas). Las aparentes carencias de ayuda y acción por parte de los gobiernos y los bancos. La extrema pobreza y desahucio de familias enteras. La CRISIS social y de valores morales.

- ¡Basta! Ya estoy harto de esta mierda. 

De pronto... Una mujer. Lleva una camiseta azul que dice: Caritas. La muchacha está curando una herida a un niño moreno y sucio. Pero no sólo es ella la que ayuda, muchos otros también. Una madre pariendo. El médico lo abraza y dice: Es un niño. 
Otro hombre, éste decide poner una cena de Navidad gratis a los inmigrantes que viven en la pobreza. Amor tiene más resultados que odio. La felicidad vence a la tristeza. Cada año cientos de miles de personas se dedican a  ayudar a otras en peor situación. La lucha agresiva no lleva a ningún lado, la lucha por medio de gestos y protestas pacíficas llevarán a la ciudadanía a recuperar la libertad perdida, la violencia limita, la paz amplia.


- Mal momento para criar un niño -dirá el pesimista.
-¿De verdad que lo es? Acabamos de presenciar el milagro del nacimiento de una vida. La crisis nunca te quitará el orgullo de ver a tu hijo gatear, andar, aprender, jugar, reírse, relacionarse, y lo más importante vivir con AMOR. La vida es corta. Rompe las reglas, perdona rápido, besa lentamente, ama de verdad, ríe sin fin, y nunca te arrepientas de aquello que te hizo feliz. 

Olvídate de la crisis, escápate. Como dice la canción:
Abre las puertas de la percepción, usa el poder de tu imaginación. Aunque no puedas mirar hacia el sol, sabes que sigue brillando. Vivir, Escapar. Sientes por dentro que todo se va, sientes tu alma queriendo escapar.

Cuando te sientas mal y no veas la luz al final del túnel, mira dentro de tí, encontrarás una salida. Las estrellas te guiarán. Cuando te sientas sólo y afligido recuerda una cosa: Vives por una razón, una razón milagrosa, una razón que te lleva a creer y a vivir la felicidad aunque hubiese sido ínfima, mereció la pena. Si tienes alguien a quien querer, TIENES RAZONES PARA CREER. 

Pablo Esteban Keogh

miércoles, 11 de julio de 2012

Borrones de la Infancia



          Mi infancia es una estampa veraniega de una plazuela transitada por el pópulo dispuesto a realizar sus actividades dominicales. La Iglesia románica, de piedra arenisca marrón, y de gran tamaño. 
          Mi abuela Mª Rita; su suave y corto pelo canoso, sus ojos brillantes y temblorosos de color marrón miel, su rosario de madera, traspasado de una generación a otra, anudado a los dedos finos de su vetusta mano. Siempre encontré reconfortante la dulce voz afónica de mi nana. 
          El nombre que me fue puesto, fue idea de mi tata. Todas las noches le pedía que me contara la historia del mismo:

- Abuela, Cuéntemela otra vez, por favor.
- Vale hijo. Simón de Cirene era el hombre más fuerte de Jerusalén. El día en que Jesucristo se disponía a morir por todos nosotros, y por nuestra salvación, le pidieron ayuda para cargar con la cruz de Jesús. Cuando Jesús caía y los soldados romanos se disponían a golpearle más todavía, incluso después de haberle flagelado, Simón le ayudaba y gritaba: ¡Basta! Pero hubo un  momento en que las fuerzas de Simón cedieron. Entonces supo que era Jesús, El Mesías, el único que podía cargar con los pecados de todos los hombres. Simón estaba de rodillas rezando por Cristo. Entonces, vio los puros e inmaculados ojos de aquel hombre, que era el Hijo del Ser infinito.

Al terminar la historia cerraba los ojos y soñaba... Disfruto el sueño.

Cuando nos reuníamos todos a la hora del desayuno contaba a mis abuelos la fantasía que había vivido por la noche. 
- Dinos hijo, ¿Con qué has soñado hoy?
- "Abu", soñé con un capitán de barco y sus marineros a bordo. El capitán era un señor alto y robusto, pero con un gran corazón y valentía. El marinero contaba a los tripulantes los secretos de la mar cuando de pronto, el mar embraveció. Una y otra ola chocaban contra el barco. Una vez la mar amainada se vio como el barco había arremetido en una isla. En la isla se encontraban ruinas clásicas, como de griegos y latinos. El capitán decía:
- ¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura, huyó lo que era firme, y solamente lo fugitivo permanece y dura.

- ¿Simón has leído alguna vez a Quevedo? -preguntaba mi nona con una sonrisa en la cara, como era habitual-.
- No, pero madre me cuenta historias con rima antes de dormir.
- ¡Ah!, entiendo -La abuela estaba sorprendida por mi respuesta dado que le parecía insólito que un niño de diez años recordase un verso de Francisco de Quevedo, y más todavía que soñase con el poema-.

El mejor momento del día era la vuelta a mi casa exhausto. El cansancio me lo provocaban los juegos y partidos de fútbol jugados con mis amigos. En el degüello del sol acaecía la noche y nuestra pronta retirada hacia las respectivas casas. 

- ¡Quién marque el último gol, gana! -gritaba mi amigo José con entusiasmo-.
- ¡Vale! -chillábamos nosotros-.
Todos estábamos ansiosos con marcar el gol que definiese el campeón de aquel día. De pronto, uno del otro equipo encuentra un espacio y chuta. Pero entonces, me impongo yo y consigo que no entre la bola. Se la paso a Juan. ¡Juan dispara y... gol! 

Volvemos los de un equipo orgullosos a la presencia de la familia. Los del otro equipo también vuelven al cálido hogar, pero cabizbajos todos ellos. 

Una vez en mi morada me esperan la ducha, la cena y el sueño. Por este orden.

- Simón, dice tu abuela que vayas duchándote y lavando ese sudor del partido -dice mi abuelo con cariño-.
- Vale Abuelo.
Me ducho, lavo, enjabono, y me pongo el pijama. A la cena llego con la cabeza mojada.
- Sécate ese pelo, hijo -me imperan mis abuelos al unísono-.
Una vez preparado para la colación, me siento en mi silla, y espero con agrado a que el magnífico olor que proviene de la cocina llegue a mí, y se convierta en un sabroso sabor.
Pichones en salsa y ensalada. 

-Bendícenos Señor estos alimentos que por tu bondad vamos a tomar. El Rey de la Eterna Gloria nos haga partícipes de su mesa celestial. Amén - Sentenciamos con ferviente devoción-.


Los momentos son...Sabores infantiles que rememoran la infancia y los años vividos; la felicidad reinante, el calor del hogar; sensaciones como la tristeza o la alegría que se han inscrito en el corazón con el paso del tiempo. No hay bien más preciado en el ser humano que la nostalgia de lo pasado. La nostalgia nos trae estampas, imágenes, sonidos y sabores que el ser humano aprecia por su arraigue en nuestro corazón.

Los rayos del astro amarillo iluminaban la estancia. Me despierto. A mi lado se encuentran mi mujer, Laura, y mis dos hijas: Marta y Rita. Las quiero mucho a las dos. Marta es una preciosa niña con los ojos azules, y un pelo rubio infantil. Tiene una cara que parece hecha de porcelana y siempre está sonriente. Y Rita es la niña de mis sueños, de la que yo me enamoraría, tiene unos ojos verdes, una nariz respingona y el pelo castaño. Esta última es la más pequeña. Son las niñas de mis ojos. Si ellas se fuesen, no podría vivir.

Pablo Esteban Keogh


sábado, 7 de julio de 2012

El sueño de una noche de verano


Inmerso en mi lectura, comencé a imaginarme en aquel panorama de alta mar. Inmensas olas de un color azul golpeaban con gran estrépito la cubierta del barco dejando un rastro de espuma blanca. Me reflejaba en un espejo. Tenía una barba rubia y el pelo lacio peinado. Vestía una gorra de marinero, un jersey azul de lana y pantalones amarillos impermeables. Salí a la cubierta. Trataba de avanzar por aquel suelo de madera y resbaladizo, agarrándome como podía a la barandilla blanca.  Al llegar al botalón, conseguí asegurar el barco de posibles pequeños accidentes. Pero, de pronto, una gigantesca ola arrampló contra la goleta.

Estaba hundido en el agua. En el fondo del mar yacía mi pequeña goleta, Amélie. Tenía un cabo atado al tobillo, y no conseguía salir a la superficie. En aquel momento de nerviosismo y tensión, mi vida comenzó a pasárseme...
Mi infancia, comiendo un plato de pisto hecho por mi madre. Mis partidos de fútbol con los amigos. Mi adolescencia, el primer amor y su consiguiente beso apasionado. Finalmente, casándome con la mujer que amaba de verdad. Nuestra pequeña hija, Amélie. Sus primeros pasos, pidiéndome ayuda al caerse.
-Papá, Papá.
 De pronto, vuelvo a la vida. Pero, no tengo esperanzas, maldigo haber ido a pescar para conseguir un regalo para Amélie. Recuerdo otra vez su preciosa cara: pelirroja, ojos azules y con pecas infantiles.

Entonces comienzo a recordar una canción: Polichinelle. Desato presto el cabo de mi tobillo. Trato de ascender a la superficie. Al llegar a ella, me agarro al salvavidas, y respiro profundamente. Un degüello de sol ilumina el mar dándole un precioso color verde aceituna. Rememoro una frase de aquel escritor libanés: "Peu importe combien de temps la tempête, le soleil brille toujours à nouveau dans les nuages​​". "Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes". 

Me despierto y estoy en la playa, mi mujer a mi lado toma el sol luciendo sus preciosas formas femeninas. Ha sido todo un sueño, el sueño de una noche de verano.

Pablo Esteban Keogh




Ciao Bella (Capítulo 2 Carretera y Manta)


Dejábamos Alghero, el pueblo que nos recibió el primer día de aquellas vacaciones.

Mis padres habían planeado todo al dedillo, y no había minutos muertos. El asiento trasero del coche no daba mucha conversación y empecé a bostezar...

Tras un "mira, mira, la puesta de sol" abrí los ojos. En la radio sonaba "Satisfaction" de the Rolling Stones. Mi hermano sacaba la mano por la ventanilla, moviéndola arriba y abajo, imitando a una ola. Los coches que pasaban en dirección contraria parecían furiosos, y los árboles se sucedían uno tras otro. Tras los cristales del coche de alquiler solo se veían árboles. Faltaban unos treinta minutos, un par de broncas entre los enanos, y otra cabezadita.

Como tenía previsto, mis hermanos empezaron a discutir porque ambos querían el iPod. Cogí el mío y se lo lancé suavemente, con la invitándoles a guardar la compostura. Apoyé la cabeza en el crista de "mi jaula a ruedas". 
La monotonía de media hora de broncas y una pequeña siesta se inició otra vez. Me resignaré a ello.

Alex Pérez Marcos

Ciao Bella (Capítulo 1- Alghero)



Un par de botellas de agua. El olor a mar. En la mesa, calamares y dorada fresca. Frente a mi, dos o tres mesas más allá, un ejemplo de la belleza italiana. Coches pasando y, de fondo...un acordeón.

En la terraza de al lado servía una camarera. Era una muchacha que tenía un pendiente bajo el labio, pelo negro, y 1,75 de planta. La chica era del pueblo, en cada paso de plato, el oro azabache de su pelo, blandía con el viento ,como en una danza ensayada.

El camarero apoltronaba los platos, uno tras otro y sin orden, en la mesa. Ya no tenía hambre. Todos seguían comiendo. Me puse los cascos y desconecté, como de costumbre, todas las mesas eran de parejas mayores o jóvenes, dobles, irlandesas o nativas... En la terraza se derrochaba amor. Sin embargo, en mí, melancolía. Madrid, el patinete, y mi guitarra, bajo un árbol. Esos dos ojos pardos mirándome con ternura. De coro unos dulces pájaros.

Creo que por la mejilla se me escapó una lagrimilla, o tenía la mirada muy risueña, porque mi madre me despertó como ella solo sabe hacerlo:
-Deja de pensar en la novia y termínate la comida
-Vale mamá, y no grites.
Las chicas de la mesa del fondo estaban mirándome. Me puse las gafas de sol y fingí una pose con motivo de alegrarme un poco bajo la mirada amiga de las desconocidas.


Alex Pérez Marcos