sábado, 21 de julio de 2012

Un Amanecer hermoso

Tras aquella conversación odiosa en la que descubrimos el lado malo de cada uno, comenzaron los llantos. En la discusión hubo gritos y reprimendas varias de las que ahora me arrepiento. Eva apoyaba su cabeza en sus manos, mientras se limpiaba las lágrimas. Sus largos mechones de pelo tapaban lo que siempre me había parecido un precioso rostro.
 - Estoy harta de tus celos. ¡Nunca me dejas salir de casa! -me decía airada-.
 - Si no te vistieses como lo haces, y bebieses menos, no tendría tantos celos. ¡No te puedo dejar sola en casa! Dos minutos fuera y ya estás bebiendo -la respondí apáticamente-.
- ¿Cómo sé que tu no me engañas cuando no estas en casa? Siempre llegas tarde.
 - Porque yo no bebo como tú. Cuando pruebas una copa te dedicas a bailar con otros, y al final te tengo que llevar a casa a rastras.
 - Bailo con otros porque eres aburridísimo. Y no haces más que quejarte.  Estoy harta de esta relación, todo el día estancados, sin hacer nada, no voy al cine, y nunca me cuentas nada de lo que haces.
- Porque tengo trabajo. Si estás harta, quizás deberíamos plantearnos seguir juntos.
- Puede que acabar con todo sea la solución.
 - ¡¿Eso es lo que quieres?!
- Quizás. Dímelo tú.
 Allí estábamos. Sentados en una mesa del bar enfrente del lugar que había albergado tantas alegrías. Eva llorando nerviosa, y yo pensativo. Decidí irme a otro bar a ahogar mis penas en tragos del licor amarillo que había hecho que nuestra relación llegase a ese punto. A pesar de saber que aquello había provocado nuestro malestar, lo seguí bebiendo. Más tarde acabé descubriendo que no existía ninguna droga capaz de inhibir mis sentimientos.

 Al día siguiente me levanté de aquel sofá rojo en el que había dormido. Reflexioné. Me fui a comprar unas flores para disculparme a Eva, a pesar de que la culpa era mutua. Ella me disculpó. Tuvimos unas semanas bastante agradables y románticas. Pero la sombra de los celos, el alcohol y la infidelidad volvió a sucumbir nuestra relación.  Acabamos hartos de tanto enfado. La relación llegó a su fín.

 Era de noche y círculos de estrellas en todo su esplendor rodeaban a la luna en aquella noche azul oscura. No podía parar de lamentarme. Pegué golpes contra las paredes, grité al cielo, maldije a Dios, estaba cabreado con todos. Finalizado el ritual estúpido de enfados y lamentos, me dormí.
 Estuve varias semanas cabreado, hasta que me arrepentí del mismo cabreo, y decidí afrontar la realidad.


 El sol iluminaba la estancia con un esplendor fulguroso. Aparté las sabanas blancas de mi cuerpo desnudo. Me puse el pantalón del pijama, y me dirigí a la cocina. En ella una mujer preciosa preparaba un café y unas tostadas. La habitación entera olía a café y a tostada. Siempre me había gustado ese olor. La bella mujer se dió la vuelta, y pude apreciar sus dulces formas femeninas, un bello rostro, unos ojos color miel, y una larga melena dorada. Me había vuelto a enamorar. Me quedé embelesado mirándola, cuando de pronto:
 - Buenos días, cariño -dijo con una voz algo rasgada pero aguda y suave, como seductora-.
- Buenos días, Marta.

Me dio un beso. La rodeé con mis brazos. Pude oler el aroma a Aloe Vera que profería su pelo. La suerte me había vuelto a sonreír. Agradecía y agradezco a Dios, si es que existe, lo que me había regalado. Entonces supe que con cada adiós aprendes.

 “La noche es más oscura antes del amanecer”

 Pablo Esteban Keogh

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