lunes, 7 de octubre de 2013

Ella

           Los mitones no resguardan bien de una helada. Eso era lo que estábamos soportando. Unas temperaturas tan extremas que no había ser vivo en la calle. Solo estábamos nosotros, y los mitones no resguardaban bien del frío. Teníamos el fuego en frente, pero no nos acercábamos. Se estaba mejor abrazados. Eran ya muchas las primaveras que nos habían visto dormir en nuestro cuarto de cartón, eran muchas las billeteras que nos dieron de cenar los jueves de cine. El gorro calado hasta las orejas y los mitones no ayudaban con la rasca. Estaba siendo un invierno duro, más que de costumbre. Había procurado que ella no lo notara dándole varias de mis capas de abrigo, las suficientes para que ella no sintiera el frío, y las justas para no morir yo congelado. Lo lógico sería repartir las mantas equitativamente, pero yo con ella no atiendo a lógica. Mi vida se sustenta con la suya, asi que pasar frío frente a su comodidad no es digno de duda.
        
        Faltaba poco para el amanecer y la llama crepitaba en el barril. Ella estaba dormida. Hice un esfuerzo con los músculos congelados por acercarnos al fuego y que sus pulmones no echaran en falta el aire tibio. Una vez cerca me puse a mirarla. No me cansaba nunca. La belleza está en lo escondido, y por eso nadie nos encontraría aquella noche en el callejón. Era hermosa. Aun con su piel colorada por la temperatura se notaba el matiz blanquecino de su tez. Que sorprendente era ella. Por la noche la cuido yo; por el día ella me da la vida.

         Mi vida antes de ella era sufrimiento, después, era vida. Por el día ella se encargaba de ayudarme a ponerme de pié, coger mi muleta y me apoyaba en ella para llegar a la Calle Mayor donde mendigar el pan de esa jornada. Solía odiar esta vida hasta que apareció ella. Cuando la conocí empecé a fijarme en la cara de los que me daban de comer, y nunca sonreian. Ella sin embargo, aun teniendo que pedir vivir, no dejaba de sonreir, y válgame Dios que yo sonreía con ella. Aprendí más de ella que de la calle. La gente que tiene dinero no es feliz, y nosotros que sobrevivimos damos gracias por un nuevo día. Será verdad lo que me dijo un anciano una vez:"Para vivir hay que desprenderse de uno mismo".
         Yo lo he hecho. No solo me he desprendido de mí, sino que me he dado a ella, y es lo mejor que podía haber hecho conmigo mismo. Asi que no soy pobre, no, qué va; la tengo a ella.