viernes, 3 de agosto de 2012

La diosa de los labios rojos


Avancé a lo largo de la estrecha calle bajo la luz tenue de las farolas. En las calles se profería un sentimiento de soledad y marginalidad. Un grupo de amigos borrachos cantaban el himno de USA junto a una mujer. Parecían venir de alguna compañía de marines recién llegada. Aquella noche la habrían aprovechado al máximo, para afrontar lo que les deparaba la guerra en aquel país alejado de la mano de Dios.

La contaminación lumínica impedía observar a las estrellas brillar en aquel celeste y oscuro “Manto de Morfeo”. Al final de aquel callejón pude ver un bar. Estaba iluminado completamente. El barman vestido de marine naval, atendía a las almas que buscaban una camisa de fuerza con la            que ahogar sus sentimientos, el inconfundible elixir amarillo: whisky.

Entré en el tugurio de aspecto formal. Se llamaba Phillies. Me senté en un taburete pegado al final de la barra, para que nadie me hablase. Al otro extremo de ella pude observar a una mujer pelirroja vestida de rojo. Manejaba un vaso de whisky con sus manos de finos dedos, y con la otra rechazaba a un hombre tras otro, a la par que intercalaba caladas a un pitillo largo. Tenía aspecto de femme fatale misteriosa. No podía apartar los ojos de aquellos labios rojos, y de su inconfundible gestualidad relajada. Ella me ofrecía miradas también. A mí, y a mi libreta situada al lado del vaso. Parecía adivinar mi profesión. Escritor y poeta. Frustrado sentimentalmente. Un lobo solitario vagando en este valle de lágrimas.
Pero aquella preciosa mujer se acercó a mi lentamente. Pude apreciar el contoneo de su celestial cuerpo hasta llegar a mi presencia.

- ¿No me va a invitar a una copa? –me preguntaba con una voz suave y melosa-.
- Si piensas que voy a comportarme como los idiotas que han intentado ligarte…-respondí tajantemente-.
- Sé que no. Si no, me hubieses ido a ver a mí.
- ¡Camarero, otra copa!
- Sí míster –decía el camarero atentamente-.
- Me llamo Evelyn.
- Stanley, encantado.
- ¿Con que escritor eh? – me hablaba mientras señalaba con el índice mi libreta-.
- Lo intento.
- ¿No eres muy hablador, no? ¿Tienes un cigarro?
- Puede, pero sé de buena tinta que no vamos a hablar mucho más. Diremos cuatro tonterías, me invitarás a tu casa y haremos el amor. Protocolo, simplemente.

Me soltó una bofetada.

- Se te había olvidado eso.
- No. Había preferido omitirlo para que fuese una sorpresa más agradable. Toma tu cigarro.
- Hiciste bien.

La mujer me dio un largo beso. Le respondí con la misma pasión. Fuimos a mi casa. Hicimos el amor apasionadamente.

En la profundidad de la noche pude apreciar su cuerpo divino iluminado por la luz argenta de la luna.

Saqué la libreta, y comencé a escribir.

Me desperté a la mañana siguiente abrazando su esencia en mi colchón. De pronto, vi que mi cartera había desaparecido misteriosamente. Aquella preciosidad me robó la cartera, y con ella mi corazón.

Todavía esbozo una sonrisa cuando la recuerdo.

Su vestido rojo,
Sus labios carmesí.
Su precioso rostro.
El cuerpo de diosa,
La diosa de los labios rojos.  

Pablo E Keogh

No hay comentarios:

Publicar un comentario