sábado, 4 de agosto de 2012

Barajas, Madrid


Dos o tres toques en el hombro me despertaron. Otros dos besos me espabilaron, y una caricia me acogió. Habíamos llegado. Todo el mundo estaba de pie, ansioso por ver a su familia o por volver a su viejo colchón. Yo no tenía ganas de bajar del avión. Ojalá estuviésemos dos horas mas allí. Qué dos horas... Dos vidas.

-Perdone, me deja coger la maleta?
-Por supuesto, disculpe.

Era ya de noche y un foco grande indicaba el centro de pista. Mientras la multitud se avalanchaba sobre las puertas de salida, yo seguía abrazándola. Besos, caras de pena
y más besos. Estabamos cerca del final. En media hora aproximadamente perdería sus ojos, sus labios, y aquel pelo que tantos besos nos interrumpió.
Cargados con las maletas fuimos saliendo poco a poco. Las familias sacaban sus pancartas y gritaban nombres. Yo fui hacia la mía... Y, ella... Hacia la suya. Lágrimas, saludos y algún has adelgazado, has crecido, o que mal hueles... etcétera
Y otros tantos: Papá, sigo siendo el mismo.

En cada abrazo familiar su mirada y la mía se cruzaban. Estábamos separados por unos 15 metros, cinco carros de maletas, y otras tres familias mas. Pero, cuando sus ojos cálidos coincidían con los míos tristes viajaba en el tiempo: Aquel césped, aquella playa desierta, aquel beso bajo la lluvia y aquella pradera que nos unió. La iba a echar de menos.
Ella empezó a llorar. Abrazaba a su madre fuerte, pero no dejaba de mirarme. Yo aguanté las lágrimas, sin dejar de mirarla. Su padre fue por el ticket de aparcamiento, y su madre, a la que antes abrazaba, bajó a por el coche. Estaba sola. Fui corriendo a ella. La abracé con fuerza, intentando parar el tiempo.
-Te voy a echar de menos.
-Te quiero
-Cuando abras la maleta esta noche lee el cuaderno naranja. 


Algunas horas antes, en ese cuaderno naranja, estaba mi bolígrafo reflejando cual espejo mi alma. Una carta de amor. De amor. De despedida, de un hasta "siempre". 
La besé en la mejilla con fuerza, olí su pelo por última vez, y miré sus ojos "coca-cola" con cariño.
Esa noche, al llegar a casa, mi almohada albergó mil lágrimas que no se derramaron antes. 

Alejandro Perez

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