Estando yo sentado, en
tristes reflexiones embebido, unos golpes huecos llegaron a mi oído. Como un
caminar de ancianos espectros, los sonidos retumbaban asaltando mi retiro.
Aquella noche oscura inundada por una neblina, fue testigo de los extraños acontecimientos
sucedidos.
Abrí el portalón en busca del
origen de aquel ruido incesante. Otra vez aquel golpeteo. Como una melodía
jugando con sus notas en el triste silencio.
Pisadas en la nieve.
Crujidos. Un sobresalto. Me caigo asustado. En la inmensidad del bosque las
siluetas se mueven. Unos ojos brillantes e inmóviles permanecen quietos, como
buscando una presa. Avanzo a lo largo del estrecho camino recubierto por
cellisca. En medio de la espesa niebla una piedra gigante se alza. Resulta ser
una pieza en la estructura de un monumento todavía más exorbitante.
En ciertos inviernos se
contaron historias parecidas. Aquellos golpes incesantes, unos ojos brillantes,
siluetas movientes, bosques llenos de entes. Una piedra gigantesca elevada
hasta los altares de la cúpula celeste. Espíritus en pena. Vagabundos en espera
de almas a las que acoger en su reino sobrenatural. Desconozco el final de la
misma.
Al llegar al esperado sitio,
una voz grave resonó imponente. Aquella voz sentenciaba en medio del monumento
de piedras gigantes. Aquella obra de arte era la veneración a los dioses. Uno
lo alcanzaba cuando la parca, con su inamovible guadaña sentenciaba victoriosa.
Mortis falcem in lapide altaris*
*La guadaña sentencia en el altar de piedra
No hay comentarios:
Publicar un comentario