miércoles, 8 de agosto de 2012

El verdugo en el altar de piedra


Estando yo sentado, en tristes reflexiones embebido, unos golpes huecos llegaron a mi oído. Como un caminar de ancianos espectros, los sonidos retumbaban asaltando mi retiro. Aquella noche oscura inundada por una neblina, fue testigo de los extraños acontecimientos sucedidos.

Abrí el portalón en busca del origen de aquel ruido incesante. Otra vez aquel golpeteo. Como una melodía jugando con sus notas en el triste silencio.

Pisadas en la nieve. Crujidos. Un sobresalto. Me caigo asustado. En la inmensidad del bosque las siluetas se mueven. Unos ojos brillantes e inmóviles permanecen quietos, como buscando una presa. Avanzo a lo largo del estrecho camino recubierto por cellisca. En medio de la espesa niebla una piedra gigante se alza. Resulta ser una pieza en la estructura de un monumento todavía más exorbitante.

En ciertos inviernos se contaron historias parecidas. Aquellos golpes incesantes, unos ojos brillantes, siluetas movientes, bosques llenos de entes. Una piedra gigantesca elevada hasta los altares de la cúpula celeste. Espíritus en pena. Vagabundos en espera de almas a las que acoger en su reino sobrenatural. Desconozco el final de la misma.

Al llegar al esperado sitio, una voz grave resonó imponente. Aquella voz sentenciaba en medio del monumento de piedras gigantes. Aquella obra de arte era la veneración a los dioses. Uno lo alcanzaba cuando la parca, con su inamovible guadaña sentenciaba victoriosa.

Mortis falcem in lapide altaris*

*La guadaña sentencia en el altar de piedra

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