sábado, 7 de junio de 2014

Cadenas que te atan

Cadenas que te atan.
                Dices que has cambiado, dándole cuerda al reloj no se mueven las agujas. Dices que lloras, mirando al espejo no llega reflejo. Dices que me quieres, me has atravesado tantas veces… Tus pies apuntan a los míos, pero tu cabeza ya está girada, y le hablas a alguien sobre ti, sobre nosotros, sobre vosotros. Tus ojos centellean por segundos para comprobar si sigo ahí, esperando, ¿Qué será de ti cuando eso no sea así? No vas a tener que averiguarlo, mis pies están clavados al suelo, los ató mi mente a la tuya y de ahí no se quieren mover. Algún día girarás la cabeza y seguiré ahí, pero no seré yo, yo estaré muy lejos, a tu lado, pero en otra parte. En la mano un trozo de mármol cortando la piel, sangra, rojo y blanco emborronan su contenido. Grabado a golpes lleva la palabra miedo. Nada más empezar a tallarnos me pusiste una venda en los ojos.- Confía en mí- dijiste-no tienes que ver para creer en mí, no me voy a mover de aquí. Sigo dudando si fue cierto. Son mis ojos los ciegos, es mi mano la que sangra, son mis pies los que no se mueven, pero tú eres libre, tú puedes coger ese trozo de mi propio ser que sostengo en la mano y lanzarlo lejos, puedes desatarme los cordones y dejarme libre, puedes hacerme ver aun con la tela puesta, pero aún no lo has hecho. ¿Estarás esperando? ¿O simplemente disfrutas con mi estatua? ¿Serás una de esas a las que les gusta coleccionar estatuas en su jardín? Figuritas de cera y mármol blanco, como el que cuelga de mi mano. A mi alrededor no hay nadie como yo. ¿Seré el primero? ¿O has escondido al resto? Espero no ser el último. Me pregunto si cada vez que te cansas de una estatua coges el martillo y la destrozas a verdades. “Siempre le quise a él” “Yo no te pedí que te quedaras”. Si lo hiciste alguna vez entendería el por qué no veo a nadie en mi situación, no hay figura capaz de soportar tales mazazos, no hay madera, piedra o metal capaz de aguantar. ¿Debería estar asustado de mi final? Me consuela que pueda haber uno. Sigo en pie, te has llegado a acercar tras darme la espalda pero sostienes el capote con más temple que un torero experimentado. Doy acometidas a ciegas y caigo por no poder mover los pies. Juegas conmigo, ¿Jugaste con los otros? ¿Tendré algo de original para ti? Ríes, y ya todo se para. Me atravesaría el pecho con un crucifijo si me juraras que con ello volverías a reír. Podría calificarlo como el pan de cada día dado en ese momento. La inyección letal que no penetra en la piel. La sentencia de muerte no pronunciada por juez alguno. Esa risa es el verdugo y la salvación. Condenas y das la vida. Mientes diciendo toda la verdad…
Sin embrago callas. Tus recuerdos te ponen una mano en el hombro y la lágrima pierde su forma a lo largo de tu faz, tal y como lo hacemos nosotros. Te das la vuelta y tienes la espalda llena de heridas. Son heridas que cicatrizan y se abren constantemente. Te esfuerzas por cerrarlas, pero te lamentas y las vuelves a abrir tú misma. Ese dolor te recuerda que estás viva, que fue real, que te amó y que te hizo daño, pero que no fue un sueño, ni una pesadilla. Crees que ya nadie podrá amarte como él lo hizo. Sujetas varias correas que se ciernen a nuestros cuellos, el mío y el de tantos otros. Juegas con nosotros, nos usas para consolarte y para entretenerte, para que te alabemos y te defendamos, pero un día te cansarás de nosotros. Como el perro que abandonan en la carretera, solo indefenso perdido y desorientado nos sentiremos en cuanto sueltes nuestras cadenas. No sabemos si será dentro de mucho tiempo o de poco, solo sabemos que tenemos una piedra en la mano, que sangra y que pone “miedo”.
La Femme Fatale también fue alcanzada por uno de sus propios zarpazos, fue un Don Juan rendido a sus propios encantos, una pescadora atrapada en sus propias redes.
Anónimo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario