Cadenas que te atan.
Dices
que has cambiado, dándole cuerda al reloj no se mueven las agujas. Dices que
lloras, mirando al espejo no llega reflejo. Dices que me quieres, me has
atravesado tantas veces… Tus pies apuntan a los míos, pero tu cabeza ya está girada,
y le hablas a alguien sobre ti, sobre nosotros, sobre vosotros. Tus ojos
centellean por segundos para comprobar si sigo ahí, esperando, ¿Qué será de ti
cuando eso no sea así? No vas a tener que averiguarlo, mis pies están clavados
al suelo, los ató mi mente a la tuya y de ahí no se quieren mover. Algún día
girarás la cabeza y seguiré ahí, pero no seré yo, yo estaré muy lejos, a tu
lado, pero en otra parte. En la mano un trozo de mármol cortando la piel,
sangra, rojo y blanco emborronan su contenido. Grabado a golpes lleva la
palabra miedo. Nada más empezar a tallarnos me pusiste una venda en los ojos.-
Confía en mí- dijiste-no tienes que ver para creer en mí, no me voy a mover de
aquí. Sigo dudando si fue cierto. Son mis ojos los ciegos, es mi mano la que
sangra, son mis pies los que no se mueven, pero tú eres libre, tú puedes coger
ese trozo de mi propio ser que sostengo en la mano y lanzarlo lejos, puedes
desatarme los cordones y dejarme libre, puedes hacerme ver aun con la tela
puesta, pero aún no lo has hecho. ¿Estarás esperando? ¿O simplemente disfrutas
con mi estatua? ¿Serás una de esas a las que les gusta coleccionar estatuas en
su jardín? Figuritas de cera y mármol blanco, como el que cuelga de mi mano. A
mi alrededor no hay nadie como yo. ¿Seré el primero? ¿O has escondido al resto?
Espero no ser el último. Me pregunto si cada vez que te cansas de una estatua
coges el martillo y la destrozas a verdades. “Siempre le quise a él” “Yo no te
pedí que te quedaras”. Si lo hiciste alguna vez entendería el por qué no veo a
nadie en mi situación, no hay figura capaz de soportar tales mazazos, no hay
madera, piedra o metal capaz de aguantar. ¿Debería estar asustado de mi final?
Me consuela que pueda haber uno. Sigo en pie, te has llegado a acercar tras darme
la espalda pero sostienes el capote con más temple que un torero experimentado.
Doy acometidas a ciegas y caigo por no poder mover los pies. Juegas conmigo,
¿Jugaste con los otros? ¿Tendré algo de original para ti? Ríes, y ya todo se
para. Me atravesaría el pecho con un crucifijo si me juraras que con ello
volverías a reír. Podría calificarlo como el pan de cada día dado en ese
momento. La inyección letal que no penetra en la piel. La sentencia de muerte
no pronunciada por juez alguno. Esa risa es el verdugo y la salvación. Condenas
y das la vida. Mientes diciendo toda la verdad…
Sin embrago callas. Tus recuerdos
te ponen una mano en el hombro y la lágrima pierde su forma a lo largo de tu
faz, tal y como lo hacemos nosotros. Te das la vuelta y tienes la espalda llena
de heridas. Son heridas que cicatrizan y se abren constantemente. Te esfuerzas
por cerrarlas, pero te lamentas y las vuelves a abrir tú misma. Ese dolor te
recuerda que estás viva, que fue real, que te amó y que te hizo daño, pero que
no fue un sueño, ni una pesadilla. Crees que ya nadie podrá amarte como él lo
hizo. Sujetas varias correas que se ciernen a nuestros cuellos, el mío y el de
tantos otros. Juegas con nosotros, nos usas para consolarte y para
entretenerte, para que te alabemos y te defendamos, pero un día te cansarás de
nosotros. Como el perro que abandonan en la carretera, solo indefenso perdido y
desorientado nos sentiremos en cuanto sueltes nuestras cadenas. No sabemos si
será dentro de mucho tiempo o de poco, solo sabemos que tenemos una piedra en
la mano, que sangra y que pone “miedo”.
La Femme Fatale también fue
alcanzada por uno de sus propios zarpazos, fue un Don Juan rendido a sus
propios encantos, una pescadora atrapada en sus propias redes.
Anónimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario