sábado, 9 de febrero de 2013

Versos de mi amanecer


  He apurado el último cigarrillo que me quedaba con regusto sin saberme indefenso ante la mañana; mañana volveré a reincidir en malgastar otra parte de la cuarta parte de un sueldo que ni siquiera tengo, y así, tan fresco cual amapola marchita quedaré...
  Fui mal estudiante, pero no me arrepiento de ello, pues las circunstancias no acompañaron a mi suerte. Entonces tenía casi quince años y aún deambulaba por sexto de E.G.B. Mi padre llegaba todas las noches borracho a casa y yo caminaba por los montes de Anchuelo con mi amigo José, que venía los fines de semana junto a su familia al pueblo.

Madrid es una gran ciudad.
Es tan grande como la tristeza, 
que siempre habita en algún corazón.

Las profundas calles así las veo,
inmensas para el caminante solitario,
frías e indiferentes ante el mendigo
y la paloma que a su lado se posa.

Muchos crepúsculos son un sueño
a bordo del tren de cercanías,
otros tantos, silencio en tardes melancólicas.
Así mi alma ha aprendido a callar
cuando las luces se apagan, la noche duerme
y el cielo arde en su manto de estrellas.
¿Quién no se sintió alguna vez tan pequeño 
como una diminuta partícula de polvo
en un abismal universo?

Por eso Madrid es una gran ciudad
que se me hace grande,
tan grande como lo que vive en mi corazón. 

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