sábado, 22 de septiembre de 2012

Frío como el Norte

Desperté con un frío tremendo que calaba hasta mis huesos. No, no;  Desperté oliendo el aroma del mar azul y el sonido de las olas chocar. No, no, de ninguna manera; Me desperté, abrí la ventana para limpiar mis pulmones del aire viciado de la casa, y llenarlos de las praderas verdes y el mar, a la par que me deleitaba con el bufido de los barcos pesqueros llegar al puerto. Bueno, da igual, la cuestión es que estaba despierto, en aquel lugar, en aquella época del año, y que todos mis sentidos se concentraban en la percepción de aquellos estímulos que resultaban agradables. Tan agradables, que resultaban vigorizantes para afrontar estas líneas. Me preparé un vaso de aguardiente y me comí una fruta. Había decidido no pensar en mi historia. Pero, como siempre, me acordé de Isabel. Invierno. Mar. Praderas. Asturias. Recuerdos con olor a pergamino viejo. Remembranzas tristes...

Recuerdo que tenías un precioso largo pelo moreno. Unos ojos marrones verdosos. Nos conocimos en aquel bar pequeño en Cudillero. Yo era de un pueblo pequeño que estaba a media hora andando, lo recuerdo todavía porque fueron los treinta minutos mejor empleados de mi vida. Tenía quince años. Mientras me precipitaba por aquellos caminos de tierra fumando un cigarrillo, charlaba con mis otros amigos para ir a la fiesta del pueblo. Todos íbamos preparados por si había pelea por las chicas de allí contra los de otros pueblos, como siempre pasaba. Cuando llegamos allí, ya era de noche. La banda fue a saltar al escenario para tocar sus clásicos temas. La banda se llamaba: Los gaiteros de Cudillero. Una vez en el pueblo, nos separamos mis amigos y yo para intentar cazar a alguna chica. Llegué al bar. La pequeña cafetería se llamaba Punta Monsacro. Le pedí una cerveza. Mientras bailaba toda la gente, yo estuve sentado pensando, cuando de pronto vi cómo tú, con tu gracia, te acercaste hacia mí.
- ¿No bailas? -dijiste sonriente-.
- No suelo, pero si me lo ofreces -dije entre risas-.
-¡Que te lo crees tú! -dijo mientras se iba a bailar un amigo mío-.

Entonces, ni me lo pensé dos veces, fui hacia ti con ímpetu. Te agarré. y bailamos. Podía oír en mi mente la música, ver los compases y verte a ti. Iba lanzado, ligero, como una suave pluma caer bailando al ondear en el aire. La orquesta tocaba aquel bolero mientras tu y yo como dos lenguas de fuego, nos juntábamos en el cielo para encender la llama del deseo. Todo Cudilleiro estaba lleno de luces. Al terminar la canción nos cogimos de la mano llevados por un impulso pasional y adolescente. Sí, adolescente. Fuimos a la playa y nos sentamos sobre la infinita arena blanca. Nos besamos lentamente. Un beso en el ojo, otro en la nariz, otro en los labios. En sus labios preciosos que invitaban al amor. En el cuello. En su cuello. En el cuello blanco y delgado como de cisne. Y otro beso, y otro más. Pero de repente:
- ¡Pablo, tenemos pelea, acaban de pegar a Braulio!
- Perdóname Isabel, tengo que ayudarles y despegándome de aquellos preciosos instantes de lujuria y pasión, me dirigí a la bulla.

Un gancho, y luego otro. Estaba pegándome por haber abandonado por primera vez, y no última, a la mujer de mi vida.

Pablo Esteban Keogh

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