martes, 1 de enero de 2013

Parpadeo

La nube de desconcierto que aun se cernía en su mente ofuscaba cualquier pensamiento racional. Sostenía el teléfono en las manos. Un oficial desde el otro lado de la línea tras preguntar dos veces colgó. La primera lágrima, aquella que desvelaba que lo que pasaba era real, asomó en una cara magullada ya por los años. Se llevó una mano a su canosa cabeza. De nuevo la vida le devolvía aquella dolorosa realidad sobre la que tanto había escrito, y sobre la que tantos sueños se resbalaban. Aquella que le había enseñado a vivir cada instante como si fuera el último. Y ahora ahí estaba. Luz nunca más volvería a casa. Un accidente de coche, lo que el hombre crea, al hombre destruye. Mientras tanto el mar que manaba de sus ojos celestes goteaba en el suelo de la sala de estar. Se desahogó ahí mismo. Aun siendo anciano le quedaban fuerzas para apretar los puños hasta hacerse daño. No podía asimilar la realidad de quedarse solo. No quería. No estaba seguro de tener la fuerza de voluntad necesaria para seguir adelante. Sollozaba. Luz no le volvería a hablar, no volvería a sonreirle, no volvería a recibir una simple muestra de cariño de esa piel. Pasaron dos horas. La realidad y la conciencia pusieron las cosas en su sitio. Se levantó tres veces hasta que sus piernas quisieron obedecerle. Poco a poco experimentó la peor sensación del mundo, al mirar cada rincón de la casa por donde pasaba, y recordar en un segundo mil instantes. Se quedó quieto en el pasillo, sin saber si avanzar o volver a su sillón, se decidió a mirar al frente y terminar lo que había empezado; todo le costaba más. Las lágrimas volvían a nublarle la vista, hasta el punto en el que el cerrojo de su puerta era un único dorado borroso. Según abría se secó los ojos. Cedió a su desesperación al verla. Cayó cuan largo era. El teléfono rodó por debajo de la cama de su matrimonio.

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