domingo, 30 de diciembre de 2012

"Apúntame a la cara o dispárame a la puta vida"

“¿Qué estás dispuesto a dar?” Me preguntaban. Tanto que acabé preguntándomelo yo mismo, como si tuviera la opción de decidirlo.

Bailándole a la luna llena, aullando sobre plata, así vivimos.

Hacía meses que no trataba de diezmar todas esas palabras que no se callan en tu mente, tratando de decirte que tienes problemas, que tienes soluciones, que tienes miedo, que aun no estás muerto, por suerte o desgracia. Quizá porque son esas palabras las que te acaban diezmando y encerrarlas es más fácil que luchar con ellas cada día, porque no sé los monstruos, pero un folio en blanco me aterroriza, pero de verdad, más que de la Parca, que hace años que nos deja ver sus planes. Igual es el hecho de que enfrentarse a uno mismo es más peligroso que cualquier ataque externo, ¿a ver como cojones puedo defenderme o huir de mi propia mente, persiguiéndome, implacable, atenta, conociendo cualquiera de mis movimientos, atentando cada día contra mí mismo?
Y con las luces apagadas y con algo de música, estoy tratando de abrirme otra vez, pero… ¿Me estoy abriendo a ti?, ¿a mí?, ¿o os estoy intentando abrir a vosotros?

Como un loco, empiezo a desenredarme las palabras que se me enganchan al pelo, ya sea porque no las hemos dicho o porque nos las han robado.
Trata de huir del drama, trata de ganarte la vida como los demás, busca una buena mujer, hazle feliz, hazte infeliz, al final toda esa propaganda es eso, una excusa para no sentirnos mal al fracasar, porque eso hacemos, ¿no?, fracasar contra un muro, luego contra otro, luego contra otro… Tus propios muros, claro.


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