jueves, 27 de diciembre de 2012

La Mariposa Morada


Mis pasos se sucedían hacia el barranco de la montaña. Desde la cumbre se podía divisar aquellos paisajes galaico-célticos. Vastos campos glaucos hasta donde puede alcanzar la vista. El sobrecogedor mar azul… ¡Tantos escritores han hablado de él! Un dios que imparte justicia, crea mareas exorbitantes y mareas mansas, da cobijo a almas perdidas.  Desearía ser cual pescador que hace del mar y los seres que habitan en él, una morada acogedora donde reflexionar y apoyarse ante las dificultades de la vida cotidiana.

Recuerdo a mi padre saliendo de casa a horas tempranas para buscar pescado para “xantar”, como decía mi padre en gallego. Esta clase de recuerdos me traen a la memoria mi infancia feliz en Mugardos, mi pueblo natal. Mis largas caminatas hacia la ría de Ferrol, en la que me bañaba desnudo, junto a mis amigos. El agua fría del río mojaba mi cuerpo infantil en aquellas mañanas calurosas de verano. Al lado de la ría había un inmenso bosque, verde por los árboles y marrón por la tierra. Las flores moradas, rojas, amarillas, blancas... Aquellas clases de Naturaleza impartidas por el Maestro Fernán enseñándonos la flor y sus partes. Siempre me ha gustado hablar de las flores como la rosa, su rapidez en marchitarse se asemeja a la vida misma. Lo que antes una rosa roja era, en rosa oscura y marchita se convierte... 

Cierto día, al salir de clase, me fui a la ría. Allí me encontré con una chiquilla cercana a mi edad bañándose en paños menores. Miré sus ojos color miel. Ella me dijo con gestos, que me diese la vuelta, lo acaté. Como con curiosidad "gatuna", miré de reojo sus dulces formas femeninas. Ella se dio cuenta y me gritó con una melosidad extraña y con mejillas sonrojadas:

- ¡No mires!

Cuando terminó de cambiarse me dio un suave beso en la mejilla y se fue corriendo. Mis mejillas tornaron a un color pardo. Por el camino noté un nudo en mi garganta, y por mucho que tragase saliva, no conseguía quitármelo. Era el nudo que la fuerza inamovible del amor provoca. También recuerdo haber visto una mariposa morada, algo bastante raro en un paraje como aquel.
Regresé a mi hogar sin hambre. Recuerdo que aquel día teníamos mi comida favorita: Raya a la pimienta negra con media patata cocida. Renuncié a aquella comida por la muchacha. 

Pero… ¡No! Deja de recordar, decía para mis adentros. Estoy decidido a acabar con mi vida. Un pequeño paso más y se acabó todo ¿Quién dice que la vida no es frágil? Como dice aquel poeta: “Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver ha pisar”. La vida es un placer efímero, una fugacidad, un sufrimiento constante que no se acaba hasta que morimos.

...Sigo caminando, pero ahora me alejo del lugar donde nací. Conmigo va mi mujer, aquella muchacha de ojos color miel. Salgo de Mugardos, voy a las gran ciudad.

Al llegar a Madrid se nos complicó la vida. No disponía de mucho dinero y lo único que me podía permitir era un piso “bohemio”, como decían los artistas. El piso estaba situado en Lavapiés. Además de la buharda, nos podíamos permitir dos comidas diarias. Hubo días en los que tenía que ausentarme de casa, poniéndole una excusa a María, le decía que tenía que ir a una comida de trabajo, cuando en realidad me daba un paseo para que mi mujer pudiese disfrutar con algo más de comida. Estuve trabajando provisionalmente de carnicero. En aquella carnicería aprendí a apercibir las nimiedades de la vida diaria. Las cosas que apercibes en la vida diaria las aprendí a tomar en cuenta cuando comencé a trabajar allí. El jefe de la carnicería me enseñó a tomar con cuidado cada tarea, tomarla con pausa, tranquilidad y perfeccionismo, a no desesperarme cuando las cosas no salgan bien. Aprendí mucho más de lo que haría cuando me dedicase a la música. Mientras tanto, seguía aprendiendo más y más a tocar el violín ya que quería conseguir una beca para el conservatorio. 
Desde niño me gustaba tocar el violín. La danza de aquellas notas bailaban en mi oído y mi mente. La música era parte de mi vida. Trabajé mucho para lograr ser alguien en el mundo de los grandes melómanos. Tras mucho esfuerzo logré la beca. Estudié durante diez años. Mientras tanto, trataba de tener un hijo con María, pero nunca llegaba. 

Mucho tiempo después logré tener un puesto de primer violinista en una gran orquesta, y acabé siendo director de la misma. Todo en mi vida iba bien, pero como siempre, me faltaba algo. Ese algo era tener un hijo. Lo intentábamos una y otra vez, pero nada. Hasta que un precioso día estival, mi mujer me dio la gran noticia ¡Estaba encinta! Nunca he sentido mayor alegría en mi vida. Tuvo un parto perfecto, todo iba bien, me sentía como en una nube. Ese día también vi una mariposa morada aleteando por el lugar. 
Pude escribir composiciones con una alegría tremenda, y eso repercutió en la calidad de las mismas, eran las mejores partituras que jamás habría hecho. Pero un día, Ernesto enfermó. Ernesto tosía y tosía, pero nosotros seguíamos sin poder ayudarle. Yo sentía que la llama de la vida se le iba apagando. Llamamos a médicos y a sacerdotes, pero ninguno de ellos pudo ayudarle. El pequeño Ernesto iba a morir. Su preciosa cara infantil se desvanecía en el tiempo. 

Pasó el tiempo, y pasó, y pasó. Mi mujer padeció depresión y acabó muriéndose de pena. 

Siempre traté de afrontar la vida, pero el pulso ya parecía perdido. 


Antaño, tocar el violín traía a mi memoria aquella mañana soleada de primavera. Aquellas blancas azucenas, las rojas rosas, los dientes de león, las moradas damas de noche. No puedo olvidar tampoco las mariposas posándose sobre los pétalos, y el colorido paisaje sumado al rumor del agua que provocaban una sensación melosa en mi interior. Pero esa satisfacción se fue, y nunca más ha vuelto. Esa inspiración divina. Esas remembranzas de la infancia jamás volvieron. Dios jamás volvió. Dios murió con mi mujer y mi niño. 

Oigo cercano el aletear al viento de una mariposa. Era aquella mariposa morada que tanto me había acompañado a lo largo de mi vida. Esa mariposa me rodea y se posa en mi hombro. Siento unas lágrimas correr por mi mejilla.

Pero la mariposa se ha desvanecido y a ido a parar a la mar. Me pregunto quién o qué era esa mariposa. Me pregunto quién o qué soy yo. 



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